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¿UN HOMBRE COMO YO HA DE HUIR?

Los enemigos del pueblo santo no quieren que yo continúe mi trabajo. Como a Nehemías, tratan de amedrentarme para que cese la tarea, huya y me encierre en el templo, pero, ¿un hombre como yo ha de huir? ¡No! Es necesario que siga con la espada en una mano y trabajando con la otra en la reedificación del muro, el templo y el resto de la ciudad.
Ahora son los fariseos quienes me dicen: «Sal y vete de aquí, porque Herodes te quiere matar» (Luc.13:31). Sin embargo, es necesario que hoy y mañana, y pasado mañana siga mi camino echando fuera demonios, haciendo curaciones hasta terminar mi obra. No habré de huir de la agonía del Getsemaní, ni del concilio, ni del pretorio. Subiré hasta el Lugar de la Calavera.
Muchas veces me siento tan valiente como Nehemías, y quiero seguir a Jesús hasta la muerte, acariciando la idea de llegar a dar la vida por su causa. Ante una gran cruz quiero decir: «¡No huiré!», y ante una cruz pequeña ¿que puedo decir?
Si mi cruz cotidiana es una enfermedad, el lugar que no me gusta o un hermano difícil de soportar, ¿no es esta cruz más pequeña que la del Calvario?
Verdaderamente, no debo huir de las pruebas si es que quiero cumplir con lo que digo al repetir el Lema de 1970.

«Crucificados con Cristo, imitándole cada día con humildad de corazón, cumpliremos siempre con los deberes sagrados de la santa vocación.»

Spmay. B. Luis, Bejucal, 1970.